Mi abuelo, Felipe Rodríguez Sosa, fue un empresario. Bueno, más que un empresario, habría que decir que fue un visionario. Alguien que supo ver cómo un trozo de tierra que apenas estaba empezando a construirse en el sur de Tenerife, iba a convertirse en la mayor potencia turística de España. Levantó un imperio (y no exagero), una cadena de supermercados cuya hegemonía duró hasta el mismo año de su muerte.
Lo curioso es que, cuando empezaba, él se consideraba de ideología comunista. Provenía de un pueblo tinerfeño llamado Arafo, y había visto cómo dos de sus profesores habían desaparecido para siempre, por culpa de sus ideas izquierdistas. Él siempre tuvo una convicción profunda por estas ideas, cosa que evidentemente no podía expresar en alto, viviendo al amparo de una dictadura. Mantuvo esta fé en el comunismo hasta el mismo día en que, por fin, consiguió que le dejaran entrar en la Unión Soviética. Fue un día de 1979, y estaba tremendamente ilusionado por conocer cómo se vivía en ese país. Su ilusión murió al día siguiente. Nunca supimos exactamente qué vio en ese viaje, no gustaba de hablar del tema, como cuando has vivido algo muy triste, un desengaño, que prefieres enterrar en el olvido.
Sólo sé que a partir de ahí experimentó un progresivo, pero no por ello menos radical, cambio de parecer en lo que a política se refería. En sus últimos años decía sin pudor alguno que con Franco se vivía mejor. Él, que tantas veces criticó al dictador (en voz baja, por supuesto, porque las críticas al régimen no tenían cabida), ahora alababa los años en los que vivió bajo su yugo. Y no estoy hablando de alguien que se vió perjudicado por la llegada del nuevo sistema. Estoy hablando de un hombre que vió multiplicada por tres su fortuna, una vez llegada la Democracia.
–Hombre, abuelo, yo creo que estás meando un poco fuera del tiesto ¿no?
–Tú no comprendes nada, aún no has visto la verdadera cara de todo esto.
Yo entendía, aunque nunca me atreví a contrastarlo, que él podía estar dolido por algo en concreto. Un hijo suyo, mi tío Michel, había muerto en un accidente de moto. En él estuvo oscuramente implicado el hijo de un político valenciano, que desapareció por el foro, y al que nunca se pudo acceder, para ser cuestionado sobre el asunto. Ni siquiera en un régimen totalitario, en el que muchas tierras españolas estaban dominadas literalmente por Caciques, había visto semejante injusticia.
Pero yo siempre creí en la Democracia. Siempre. Incluso cuando el partido que gobernaba no era de mi agrado, siempre me sentí afortunado por vivir en un país tan libre como este. El hecho de que el modo de vida con Franco fuera mucho más seguro (uno de los argumentos que más esgrimía mi abuelo), no podía competir en ningún modo con la libertad de expresión que reinaba en los tiempos modernos. Ni tampoco con una justicia que te permitía defender tu inocencia hasta que se demostraba lo contrario.
Nunca realicé grandes viajes. Es algo que la gente no entiende, pero nunca me gustó el turismo. Quizá porque me crié rodeado de él, nunca me gustó ir a sitios donde no conocía a nadie. En lugar de ello preferí conocer a fondo mi país, yendo a ciudades como Granada, Coruña, Segovia, o comunidades como Cantabria, y Huesca, o pueblos como Santoña, Bueu, o Ávila, por mencionar unos cuantos. Todos ellos lugares donde tenía grandes amigos, que me enseñaron la verdadera esencia de esos sitios. Cuando vaya a algún país extranjero será, o bien con estas condiciones, o bien con intención de vivir allí.
Lo que quiero decir con esto es que, al contrario que le sucedió a mi abuelo, nunca tuve que realizar un viaje que me abriera los ojos. Bueno, sí que lo hice. Volví a mi casa, a Tenerife, once años después de que la abandonara para irme a vivir a Madrid. Aunque siempre venía de vacaciones, esta vez volvía durante una buena temporada, a trabajar en la empresa familiar. Mis padres habían emprendido su negocio veinte años antes, independizándose de la empresa de mi abuelo.
Fue complicado para ellos, pero lograron muchas cosas. No consiguieron emular el imperio de mi abuelo, los mimbres terrenales y turísticos no eran los mismos, pero sí el suficiente poder adquisitivo como para darnos una buena educación a mí y a mi hermano. Se labraron un futuro.
Hasta que esta Democracia se lo robó.
Porque cuando una entidad bancaria te engaña, para luego obligarte a cumplir sus condiciones económicas, eso es un robo.
Cuando las entidades públicas, y las compañías energéticas utilizan métodos mafiosos para cobrar sus pagos, eso es un robo.
Cuando los políticos nacionalistas de tu comunidad presumen de ser canarios a muerte, cien por cien puro gofio, para luego dar rienda suelta a multinacionales alimenticias y hosteleras como en ninguna otra comunidad de este país, eso es un robo.
Y esto no nos pasa a nosotros. Les pasa a todos los ciudadanos de este país.
NOS HAN ROBADO.
Pero ¿saben qué es lo peor? que aún lo siguen haciendo. Lo hacen los políticos que se alternan convenientemente en el gobierno, que están más preocupados por salvar su culo que por ayudar a su pueblo. Y lo reconozco, nunca he sido partidario de partidos como Izquierda Unida, ni lo seré. Pero el espectáculo que dieron el otro día el PP y el PSOE, los primeros aplaudiendo, y los segundos cautelosos en la réplica (sabiendo que ellos iban a tomar las mismas medidas un año antes), fue realmente deprimente. Fue la demostración de que estos hijos de perra que han estado en el gobierno desde el año 82, turnándose para follarnos a todos bien por el culo, no van a salvarnos a nosotros, sino a su patrimonio.
Ver a IU y UPyD erigirse en líderes de la oposición me llenó de orgullo en parte, puesto que voté a estos últimos, en las elecciones del año pasado. Pero siguen siendo partidos que juegan al juego de la Democracia. Un juego en el que ya no creo.
Sin embargo, la mayor decepción que uno se lleva es con la condición humana en sí. Intentamos usar conceptos que nos engloben a todos, como por ejemplo, mundo, o planeta, o continente, o país, comunidad, región, ciudad. En realidad no somos más que un grupo de individuales condenados a tropezar los unos con los otros, con diferentes consecuencias.
Todos estos acontecimientos, toda esta metralla de desengaños que estamos sufriendo, no ha hecho más que convencerme de esto. Ayer, cuando Mariano Rajoy estaba realizando la extremaunción al Estado de Bienestar, pude ver opiniones de todo tipo. Estados de facebook muy bonitos, sí señor. Pero palabras vacías en su mayoría. Y no estoy diciendo que estas que leen aquí estén llenas de significado. Ahí está el problema, para mí lo tienen, pero seguramente para Ustedes no.
Y cuando ví ayer a gente clamando por destrozar todo, o a los oportunistas que aprovecharon para resaltar que en esta democracia se han derrogado derechos que instauró el franquismo, o a los gilipollas que dicen que sólo salimos a celebrar los mundiales de fútbol, o a los retrasados mentales que defendían a capa y espada estas medidas, o a los dos representantes de los dos sindicatos más facinerosos de España beneficiándose de la justa causa de los mineros... Me dio asco. Me dio asco de ser Español, me dio asco de ser Europeo, me dio asco de ser Occidental, y me dio asco de ser una pieza más de esta maraña de gilipollas.
Me sucedió lo mismo que a mi abuelo, con una sutil diferencia. Yo no viví ningún otro régimen, ni considero que el de Franco fuera mejor. Creo que los seres humanos somos entes individuales condenados a ser gobernados por el ente más fuerte. Unas veces se llamará Democracia, otras Dictadura, con suerte Anarquía.
Pero siempre será lo mismo.
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