Hoy quisiera contarles una historia triste. Bueno, no me gustaría, pero tengo la necesidad de hacerlo.
El lunes pasado, cuando aún me estaba recuperando de la resaca provocada por la Eurocopa, mi empresa, que considero mía porque la fundó mi familia, sufrió varios reveses importantes. Reveses que estamos afrontando aún a día de hoy, con esperanza de mejora, pero con cierta angustia. Aunque esa no es la historia que quería contarles. Es sólo un inciso que les ayudará a comprender el final de la misma.
Al lado de la casa donde vivo ahora, aquí en Playa de las Américas (Tenerife), hay una pizzería. No es un restaurante, es simplemente un local, en donde sirven pizzas para llevar. El local está atendido por un entrañable matrimonio de origen romano. Ambos son de edad avanzada, y trabajan, día sí, y día también, desde las tres de la tarde a hasta las cuatro de la mañana. Mi novia y yo solemos pedir una pizza, de vez en cuando, y siempre charlamos con ellos, durante los diez minutos que tarda en hornearse. Los temas de conversación son muy diversos, pero siempre que hay algún asunto candente relacionado con Italia (Berlusconi, Schiettino, Monti, etc...), nos gusta escuchar qué opinan sobre ello, y lo mismo les pasa a ellos con nosotros, cuando sucede algo en España cuya naturaleza no logran comprender.
Cada vez que voy a trabajar tengo que pasar por delante de la pizzería, y no hay día que no aproveche para saludarles, o para hacerles algún comentario jocoso del tipo "hace un frío que pela" (cuando en realidad hay una temperatura de cuarenta grados a la sombra). Mi chica y yo tenemos tanta empatía con ellos, que una de las veces que pasamos por allí, sacaron su portátil y nos enseñaron las fotos de su nieto. El padre del niño, hijo único de este matrimonio del que les hablo, había estado las pasadas navidades aquí, de visita con su señora.
La semana pasada, cuando Italia eliminó contra pronóstico a Alemania de la Eurocopa, y se clasificó para la final, me acerqué a felicitarles. Miguel, que es como se llama el marido, me felicitó a mí también por la clasificación de España, y estuvimos hablando largo rato del partido. De lo bonito que estaba jugando Italia, y de lo bien que sentaba callarle la boca a los alemanes. Él me insistía en que España era la favorita, y yo le decía que, para mí, ya era histórico haber llegado a la final.
El domingo pasado, cuando me dirigía a casa de mis padres a ver el partido, pasé, como de costumbre, por delante de la pizzería. Pero estaba cerrada. Sonreí: "No todos los días juega Italia una final de Eurocopa". Hacía bien, pensé, ya que, como dije antes, son gente que trabaja día sí y día también. Qué mejor excusa para tomarse un día libre que ésta.
El lunes, en el transcurso de una mañana que me estaba despertando del sueño de la Eurocopa a base de puñetazos, Ari, mi chica, me contó la noticia. Miguel y su esposa habían vuelto a Roma. Su hijo, su único hijo, había fallecido realizando una inmersión de buceo.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue esa charla con Miguel. Su rostro, que ya de por sí era afable, pero que se mostraba tremendamente ilusionado con el gran partido que estaba por llegar. La errónea idea de que habían cerrado para vivirlo de la mejor manera posible...
Estaba noqueado. Idiota, cómo se te ocurrió pensar, en este mundo de seres que viven por y para trabajar, que el hecho de que cerraran su negocio un día, se debía a un acontecimiento feliz. ¿Acaso estaría feliz tu padre si tuviera que cerrar un día el supermercado, con lo que necesitamos el dinero? Claro que no, Idiota.
Mis circunstancias personales, que estaban siendo bastante peliagudas en el momento en que conocí la noticia, no hicieron más que empeorar a lo largo del día, hasta bien entrada la noche. Y nunca conseguí quitarme este triste suceso de la cabeza. Iba y venía, todo el rato, y no supe entender por qué hasta que decidí claudicar de la mierda de lunes que estaba viviendo e irme a la cama.
Una vez con la cabeza en la almohada, me dí cuenta. Yo estaba ahí, lamentándome de estar sufriendo por culpa de esta vida, mientras ellos estaban en Roma, sufriendo por culpa de la muerte. Y no, no se crean que esta reflexión de perogrullo me hizo comprender la gran suerte que tengo de estar vivo, que les veo venir. Eso es un consuelo de Estúpidos.
No comprendí nada.
Bueno sí, comprendí una cosa: Lo pequeño e insignificante que era. Comprendí que no importa la fuerza de voluntad que atesores, ya que nunca conseguirás liberarte de los problemas. Comprendí que la muerte es irrefutable, pero que la que de verdad te golpea es la vida, ya sea desechando a alguien a quien amas, como en el caso de mis amigos italianos, o ya sea endosándote momentos de auténtica angustia, como es mi caso, y el de mi familia.
Y conforme empezaba a notar las arenas del sueño penetrar en mis ojos, recordé la frase que siempre repite mi padre, como un mantra: "La única verdad es que, pase lo que pase, el sol sale cada día, por la mañana". Y bajo ese sol vivimos, y bajo ese sol luchamos. A mí y a mi familia nos quedan muchos soles por delante para solucionar nuestros problemas. Estoy convencido de que la sombra de Ari me cobijará en todos ellos. A Miguel, a su esposa, y a la viuda de su hijo, les quedan muchos soles, abrasadores, que tendrán que afrontar quieran o no.
Porque, por suerte (no todos pueden decir lo mismo), ese muchacho dejó un legado. Un pequeño ser humano al que, también, le quedan muchos Amaneceres por delante.
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