miércoles, 11 de julio de 2012

Estafas Energéticas

Cuando Nicola Tesla concibió la electricidad, no lo hizo como una forma de enriquecimiento. Su intención era la de ayudar a los seres humanos. Darles un avance que facilitara sus vidas. Pronto fue relegado al ostracismo, perpetrado por aquellos que sí querían sacar beneficios de ese descubrimiento. Hace poco, he sido perjudicado por una de esas compañías que llevan explotando económicamente la luz, desde hace años. Así que quizá éste sea un texto revanchista. Pero lo cierto es que, debido a este suceso, no he podido dejar de acordarme de un momento muy concreto de mi vida.

La única experiencia laboral de la que me arrepiento es aquella en la que fuí asesor energético para Endesa. En realidad no trabajé para la compañía eléctrica directamente, pero sí lo hice en una empresa a la que tenían contratada para hacer ese cometido (no diré el nombre porque tampoco quiero tener problemas con ellos, pero con un poquito de investigación se puede saber quiénes son).

Antes he dicho que fuí Asesor Energético. Sí, bueno, ese fue el bonito nombre que habían elegido para maquillar lo que realmente era: Un comercial. Un vendedor que iba, puerta por puerta, ofreciendo su producto. Aquello que en el gremio se conoce como la "Puerta Fría".

–Lo bueno de todo –aseguraban los más veteranos, aquellos que en tus primeros días te enseñaban el oficio–, es que aquí no estás vendiendo nada, sino que les estás regalando algo. Por eso te resultará más fácil el trabajo.

No tardé mucho en comprender que todo eso era una falacia, pero no adelantemos acontecimientos. Lo que vendíamos (sin comillas) eran descuentos. En luz y en Gas. Como saben, el mercado energético terminó de liberalizarse en 2009. Esta liberalización dio pie a una guerra entre las grandes compañías para conseguir clientes. De repente, una horda de soldados vestidos de traje salieron a la calle a captar adeptos para su causa. Los grandes rivales eran Endesa e Iberdrola. Sí, es cierto que en Madrid (donde yo trabajé), la mayoría de casas tenían el gas contratado con Gas Natural, pero en el momento que yo estuve haciendo mi trabajo, esa compañía aún estaba en proceso de fusión con Fenosa, y tampoco tenía comerciales pujando por mantener a sus clientes. No les hacía falta, ya que poseían un arma mucho más potente: La desidia de muchos de ellos por cambiar de compañía, unida a la desconfianza natural del ser humano cuando le ofrecen el oro y el moro.

Endesa había apostado fuerte, con una campaña publicitaria que abarcaba todo el espectro mediático, y que anunciaba a bombo y platillo unos descuentos del diez por ciento en luz y gas. Dependía de qué tarifa de último recurso  gozabas. Nunca entendí bien qué era esto, sólo sabía que si tenías una tarifa 2.1 te correspondía un cinco por ciento de descuento en gas, o bien un diez, en caso de que la tarifa fuera 3.2. Si encima, la luz estaba domiciliada al mismo nombre que el gas, te regalaban un 10 por ciento de descuento en luz. Un chollazo.

Los cojones.

Yo me alisté en el bando de Endesa, gracias a la recomendación de mi amigo Juanma, que había empezado unos días antes. Cuando me llamó, no me hizo mucha gracia la idea, pero era un trabajo, así que no le hice ascos. El primer día que llegué a la oficina, habían allí más de treinta personas, apelotonadas en un aula (y a fé que lo era), todas vestidas como si fueran a una cena de nochebuena. Un tipo empezó a hablar, soltando un discurso supuestamente motivador que apestaba a libro de autoayuda. Un sinfín de lugares comunes que debían ayudar a los "asesores" a realizar la faena. Durante el tiempo que estuve allí, asistí a más de veinte charlas, y puedo contar con los dedos de una mano las frases que llamaron mi atención, o que pudieron resultarme útiles en el trabajo. Pero esas charlas eran obligatorias. Era parte del proceso, treméndamente sectáreo, que pretendía tener a sus trabajadores luchando, todos a una, por un objetivo común: Reventar el mercado de la energía.

Una vez finalizó la interminable conferencia, me presentaron a una de las chicas con las que iba a trabajar. Comentamos un poco las cosas que se habían dicho en el aula. Por supuesto, hablé maravillas. Un trabajo es un trabajo. Entonces no lo sabía, pero no me la habían presentado por casualidad. Me estaba testando. No era una función que siempre le tocara a ella, pero ese día sí. Y todo lo que me iba preguntando, soterradamente, era un proceso de selección. Ellos siempre negaban que hubiera uno, de hecho, decían que allí podía trabajar todo el mundo, siempre y cuando generara beneficios. Pero era mentira. Observé personalmente cómo, cuando no les interesaba alguien, inventaban cualquier tipo de excusa para mandarle a casa, con el pretexto de volver a llamarle (cosa que no pasaba nunca). Si les interesabas de verdad, si veían que, no sólo tenías madera de vendedor, sino que podías ser potencialmente captado (y lobotomizado) para la causa, te pedían que te quedaras media jornada con ellos. Yo les interesaba, y fingir predisposición no se me daba nada mal, así que fuí con José Luis (el joven que me había dado el trabajo por medio de Juanma), puerta por puerta, viendo cómo se hacía el trabajo.

Era sencillo, mi grupo, que estaba destinado en el vecindario de Parla, escogía zona: Una urbanización, una serie de edificios, un barrio. Se intentaba seleccionar zonas que no hubieran sido visitadas por comerciales recientemente, para no quemar a los vecinos. Una vez allí, formábamos un corrillo, la jefa de grupo soltaba alguna arenga estúpida, y comenzaba otra vez con el proceso de sectarización: Cada miembro del grupo tenía que decir cuántos contratos iba a hacer ese día. Era una de esas mierdeces motivadoras yankis.

Los contratos eran el objetivo. El McGuffin de toda esta historia. Tu misión como guerrero energético era conseguir que el cliente firmara ese contrato, cosa que le comprometía a cambiar de compañía. Tu misión, por dejarlo aún más claro, era buscar qué casas eran clientes de otras compañías y robarlos para la tuya.

Normalmente nos distribuíamos en parejas, íbamos a un edificio, y uno se repartía los pisos impares, mientras que el otro cogía los pares. Si daba la casualidad de que no pescabas nada, y al bajar te encontrabas a un compañero a punto de conseguirlo, te quedabas a apoyarle. Trabajo en equipo. Sólo si veías que iba a firmar el contrato, tenías permiso para ir en busca de más clientes. Quedabas en algún lado con tu compañero, y listo. Al final del día, nos volvíamos a reunir todos para hacer balance.

En mi día de prueba, entramos en un edificio, y José Luis tocó en varias puertas, hasta que por fin le abrieron en una. El diálogo fue tal qué así:

–Hola buenas, ¿el titular del gas es usted?
–Sí, soy yo.
–Perfecto. Venimos de Endesa por los descuentos del gas y de la luz. ¿Le han tomado nota, como al resto de vecinos?– Por supuesto, era mentira que le hubiéramos tomado nota al resto de vecinos, acabábamos de empezar. Era un rastrero modo de intentar confundir a la víctima, que si era lo suficientemente tonto, podía llegar a estar molesto por ser el único vecino al que no le habían "tomado nota".

El diálogo podía ir por dos vías. O la positiva, en cuyo caso le pedíamos una factura, o la negativa, que era cuando el cliente decía que no estaba interesado, momento en el que José Luis desplegaba, con una seguridad pasmosa, un glosario de reacciones bien estudiadas, que pretendían hacer sentir al vecino como un auténtico gilipollas. "¿cómo? ¿que no le interesa un descuento?". Si el tipo se cerraba en banda, nos íbamos, practicamente riéndonos de él en su cara, por haber sido tan estúpido de dejar pasar una oportunidad como la que le ofrecíamos.

Si conseguíamos que cediera la factura, el diálogo continuaba:

–¿Perdone, me puede decir su nombre, para poder dirigirme a alguien?
–Pepe.
–Bueno, Pepe, yo soy José Luis. Pues si Usted se fija en esta tarifa que viene indicada aquí–le señalabal la tarifa con el dedo–, verá que es una tarifa 3.2, y que por tanto, le corresponde un descuento del diez por ciento en el precio del gas.

En ese momento, Pepe le estaría mirando con cara de incredulidad, intentando digerir el hecho de que ese niñato vestido como un testigo de Jehová le estaba ofreciendo, sin comerlo ni beberlo, un descuento en gas. Lo que no esperaba era lo que venía después.

–Además, ¿de qué marca es su caldera?
–Fagor.
–Pues además de este descuento, Endesa le ofrece el seguro de caldera más completo del mercado, cubierto por todas las compañías punteras del mercado: Siemens, Junkers, Fagor, Vaillant... El único seguro que le garantiza que un técnico de la marca a la que pertenezca la caldera, vendrá a su casa a arreglar cualquier tipo de avería. Es decir, si algo le pasara a su caldera, vendría un técnico de Fagor a arreglársela.

He aquí la jugada. Como ya les dije, los descuentos no eran más que el Mcguffin, el gancho necesario para conseguir el verdadero objetivo: Vender un seguro de Caldera.

Sin perder tiempo, sin dejar un segundo de respiro al interlocutor para reflexionar sobre el gol que le estaban intentando meter, José Luis lanzaba la artillería final.

–Por cierto, es ¿Usted también el titular de la luz?
–Sí...–Solía ser la respuesta.
–Pues además Endesa le da un Diez por ciento de descuento en Luz.

Durante los días que tuve que aprenderme ese Speech (porque era un speech, memorizado desde la primera hasta la última palabra), José Luis me explicó bien el método: Primero, el bocadillo, después la patada, y finalmente, otro bocadillo. Es decir, diez por ciento en gas, seguro de caldera, diez por ciento en luz.

Cuando ya todo estaba más que explicado, José Luis tiraba la estocada.

–Bueno, Pepe, déjame un trocito de mesa para apoyarme y relleno todos los datos para solicitar los descuentos–.

No, no te pedía por favor que le prestaras un sitio donde apoyarse, el "por favor" era una expresión tabú en la jerga del vendedor. El tono de José Luis era siempre como si estuviera haciendo el favor de su vida al cliente. Recuerdo que Juanma siempre se negó a seguir esta norma, y con muy buen criterio, todo hay que decirlo.

Lo cierto es que, en ese punto, era raro que nadie tuviera la lucidez suficiente como para negarse, así que el contrato se firmaba. Podía torcerse en un momento muy determinado, que era cuando solicitabas el número de domiciliación bancaria. Había que hacerlo con mucho cuidado, pero sin mostrar la importancia que tenía, puesto que podías despertar desconfianza en el potencial cliente. Alguna vez perdí un contrato por no saber preguntar este aspecto como debía. Y aún solventado este escollo, todo era susceptible de venirse abajo.

Porque, una vez firmado, una vez conseguido el ansiado contrato, le explicabas todo al cliente: En varios días (no recuerdo la cantidad, honestamente), le llamaban de Endesa para confirmar que habían sido atendidos por un comercial, que éste se había acreditado, que le habían explicado en qué consistía la oferta, y que ésta le interesaba.

Ése era el punto vital. Si el cliente decía que sí a esa llamada de teléfono, el asesor cobraba la comisión correspondiente a ese contrato: De unos 30 Euros, dependiendo del tipo de descuentos que otorgabas, y del tipo de contratos que firmaban (Gas y Luz, Sólo Gas, y todo ello junto a la caldera, que aunque se cobraba como si fuera aparte, SIEMPRE venía en el lote).

El hecho de tener cierta experiencia como actor hizo que me resultara bastante fácil aprenderme el discurso, y las posibles bifurcaciones derivadas de las diversas respuestas que te daban los contrincantes/clientes. Estuve varios días puerta por puerta, con diversos compañeros, observando su forma de trabajar, y sus reacciones a todo tipo de clientes: Desde el más confiado, al más escéptico. Había diferentes estilos. Desde el que se presentaba con una sonrisa en tu puerta, hasta la que te miraba como si te estuviera perdonando la vida. Los había que podían llegar a estar una hora con el cliente, para captarlo y fidelizarlo, de cara a la futura llamada confirmatoria que les mencionamos antes.

El mejor que conocí (y pude ver en acción a auténticos jefazos de la empresa, que de vez en cuando bajaban a la arena para controlar cómo trabajaban los grupos) fue a José Luis, sin duda. Tuve la suerte de que fue mi maestro, y era un lujo verle trabajar. Jamás dudaba un segundo de lo que estaba haciendo, y tenía respuesta hasta para la más puntillosa pregunta (o afirmación) de quien estuviera detrás de la puerta a la que llamara. Tenía una carpeta llena de recortes que había recopilado por su cuenta (allí nadie regalaba nada), que utilizaba en caso necesario (explicaciones sobre la tarifa de gas, noticias sobre la liberalización del mercado de la luz, etc...). Era generoso, y he de reconocer que mi primer contrato me lo regaló él. Por supuesto, nada era por solidaridad. La empresa se regía por una estructura piramidal, en la que , por ejemplo, José Luis cobraba cuatro Euros por cada nuevo contrato que yo conseguía, pero además, mi jefa de grupo se llevaba otro porcentaje, y el gerente de la oficina de Leganés (a la que yo pertenecía), también. Así que les interesaba que yo fuera una puta máquina de hacer dinero.

Y no lo fuí, pero casi. Hice mi primer contrato el mismo día que me dejaron dirigirme a los clientes (después de dos días de prueba), y en las tres semanas posteriores conseguí que me firmaran veintiún contratos. Un día, yendo en el vagón de metro que me llevaba al trabajo, coincidí con uno de los comerciales, de otro grupo. Él llevaba un año en la empresa. Cuando le dije la cantidad de contratos que llevaba en el mes, que en ese momento eran diecisiete, me miró con incredulidad. Él, que era un empleado más veterano, apenas llevaba doce.

Mi fuerte era que la gente se fiaba de mí. Si te encontrabas a un vecino que no estaba por la labor, no tenías nada que hacer, pero si éste permanecía más de quince minutos hablando conmigo, era complicado que no me llevara el gato al agua. Porque en ese punto, ya había conseguido caerle lo suficientemente bien como para que no se imaginara nada malo de mi propuesta.

La fiabilidad que desprendía era tal que hubo días que conseguí varios contratos sin haber empezado la jornada. Yo siempre daba mi teléfono a los clientes que veía más inseguros, a los que tenían que pensárselo. Los más veteranos decían que ese tipo de gente nunca te llama. Que, o firmabas el contrato en el momento, o estabas perdido. Pero a mí me llamaban, y como les dije, muchas veces afrontaba la jornada de trabajo teniendo que visitar a algún cliente que se lo había pensado mejor, y le interesaba mi oferta. Una mañana hice tres contratos, sin haber tocado ninguna puerta.

¿Por qué decidí dejarlo, si me estaba yendo tan bien? Hubo dos razones. Una Personal, y otra Moral.

La personal fue que no tenía un sueldo fijo. Es decir, sólo cobraba de las comisiones por cada contrato. Esto no era malo del todo. Es decir, muchos decían que los jefes de grupo preferían que así fuera porque de este modo obtenían unas comisiones más altas. Yo creo que era una gilipollez. Un sueldo siempre es una base que hace el trabajo mucho más cómodo. Pero ellos no querían que estuvieras cómodo, era parte de ese proceso de sectarización que promovían todos los estamentos de la empresa. Es cierto que el día que hacías muchos contratos te llevabas un buen pellizco. Pero había jornadas que te ibas a casa con el casillero vacío. Y eso era un golpe brutal para tu economía, y para tu autoestima. Y no me refiero al hecho de que te sintieras mejor o peor vendedor. A mí eso me la sudaba. Lo que me jodía es que, hasta entonces, la única vez que había trabajado gratis había sido para hacer cine. Era y es mi pasión, y no me importaba ni me importa hacerlo sin retribución económica. Pero trabajar diez horas seguidas sin ver un duro, por un trabajo de mierda... Eso dolía. Y mucho.

Llegar a tu casa con las piernas doloridas de caminar, y con la cabeza hecha un bombo de repetir frases estúpidas, y aguantar todo tipo de mierda de gente que no conocías, pero a la que practicamente asaltabas en sus hogares, era duro. Saber que estabas desperdiciando tu tiempo en algo que no fuera tu razón de ser, lo era más. Y los días que venías sin un céntimo en el bolsillo, este sentimiento se hacía insoportable.

La razón Moral fue que cada vez se me hizo más difícil ignorar que lo que en realidad estaba haciendo era vender un seguro de caldera. La parte complicada del asunto, pero fácilmente solventable. Es decir, convencer a la gente de que les conviene tener un descuento de luz y gas, a cambio de pagar bimensualmente una cantidad determinada que antes no pagaban, es jodido. Pero había un argumento poderoso, que todos los comerciales utilizaban: Las revisiones anuales de la caldera serían obligatorias a partir de ese año, así que iban a tener que contratar un seguro igualmente ¿Por qué no usar éste, si es el mejor que hay, y encima le viene con un diez por ciento de descuento en luz y gas? Jamás me molesté en comprobar si esto era cierto, lo reconozco. Algo me decía que saberlo no haría más que torpedear mi habilidad como comercial.

La mayoría de las veces, si los clientes en cuestión no estaban convencidos de contratar el seguro de caldera, no había manera de hacerles cambiar de opinión. Si encima tenían ya contratado uno, la misión se antojaba realmente complicada. Aún así, pude presenciar casos de todo tipo.

Cuando llamaba a una puerta, y al pedirle la factura del gas, en vez de mostrarme una factura de Gas Natural, me sacaban una de Iberdrola, empezaba a salivar. Porque sólo podía significar una cosa: El cliente que tenía en frente ya había cambiado de compañía una vez. Y como yo sabía que Iberdrola también hacía sus descuentos vendiendo soterradamente un seguro de caldera, mi objetivo se tornaba de pronto en una empresa fácil. Mi seguro, sobre el papel, era mejor y más barato que el de Iberdrola. Además, aún no daban descuentos en luz, así que practicamente todas las veces que se cruzó en mi camino un vecino que perteneciera a esta compañía, acabó pasándose a la mía.

Pero, semana tras semana, se me hizo realmente cuesta arriba convencer a las personas que tenían contrato de Gas Natural que necesitaban mis descuentos, y que les hacía falta mi seguro de caldera. La decisión de abandonar el barco empezó a rumiarse en mi cabeza. De hecho, mi subconsciente la tomó por mí. Yo me dí un plazo de un mes para dejar el trabajo. Pero llegó el día, un viernes, en que nos cambiaron de Zona. Pasamos de Parla a Torrejón. Fue un día horrible, la segunda vez que me fuí a casa con los bolsillos vacíos. Para colmo, Torrejón no estaba tan bien interconectada como Parla, así que tardé dos horas y media en llegar a mi piso en el centro de Madrid. Esa noche salí de fiesta, y seguí insistiendo en darme el plazo de un mes.

Pero llegó el Lunes y no quise ir. Cuando me llamó la jefa de grupo, pensaba inventarme que estaba enfermo, pero el subconsciente me tomó la delantera, y le dije que lo dejaba. Ella alucinó en colores, y comenzó su despliegue de argumentos sectarios para retenerme, siempre con una premisa: El que en realidad perdía con todo aquello era yo. El tiempo me demostró lo contrario. De los veintiún contratos que conseguí, trece confirmaron su afiliación a Endesa. Si a eso le restas los impuestos de Autónomo, saqué cerca de 300 euros en limpio.

Es cierto que, de haber continuado, seguramente habría recaudado mensualmente algo más de mil euros. Había gente que realmente estaba haciendo pasta con este trabajo. Pero eran personas que, en su mayoría, venían del maltrecho sector de la construcción, y que no tenían ningún tipo de ambición en la vida. Se ponían un traje un día y ya se creían los reyes del mambo. No veían modo de vida mejor, y no les importaba estar trabajando hasta las once de la noche (una hora bastante molesta para llamar a la puerta de nadie, por cierto). Encima, en muchos aspectos, como el de las charlas matutinas, era como ir al instituto. Honestamente, no creo que este negocio esté yendo tan bien ahora, cuando la crisis es más aguda, y la gente está más hastiada de las grandes compañías de cualquier sector.

Yo luchaba, y lucho, por un sueño que nada tenía que ver con eso.

Sólo me sentí mal por José Luis, que siempre se portó bien conmigo, razón por la que decidí mencionarle en esta entrada con un nombre ficticio.

Pero lo que ha hecho que, con el paso de los años, esté arrepentido de haber trabajado allí, es que, de alguna manera, colaboré a que estos facinerosos de la energía, estos ladrones sobre los que Nicola Tesla escupiría si estuviera vivo, llevaran a cabo su guerra. Una guerra que no les tenía como víctimas a ellos, sino a las millones de personas que estafaron con el pretexto de unos descuentos en luz y gas. A los millones de personas a las que han convertido en esclavos de la energía.

El Problema de esta Crisis, la razón por la que los ciudadanos no hemos salido aún de ella, es porque ni los bancos, ni las Instituciones públicas, ni Telefónica, ni las compañías energéticas nos lo han permitido. Lo que el gobierno pretende es que todos tengamos flexibilidad, pero que las grandes compañías no. Si tienes problemas para pagar un recibo de luz, por ejemplo, más vale que vendas tu sangre, o tus órganos, porque si no consigues retribuirlo te la quitarán al momento. Por eso me arrepiento de haber colaborado a que estos hijos de la gran puta se forraran.

¿Está este texto escrito con ánimo revanchista? sí. Pero también está escrito con ánimo de redención. Pido disculpas a las personas a las que pude perjudicar, si es que lo hice. Sólo era un trabajo, y yo fuí tan engañado como todos.


4 comentarios:

  1. Me encanta la entrada. Verdades como puños y reconocimiento al genio Tesla.
    Mentiras engaña bobos a las que llaman ser competitivo, comerciales sin formación cantando estupideces.
    Se de lo que hablas. Magnífico.

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  2. Gracias por compartirlo y dar a conocer esa realidad.

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  3. Se llama marqueting ,y tu lo unico que aceses kitarle el valor a los comerciales y a ese trabajo cuando realmente hace falta para vender cualquier producto..o esque no tienes movil¿television internet etc etc , tu si plantas tomates alguien los vende y ya por el echo de venderlos en un hipermercado ya es una estafa ?algunos tendran mejor precio otros peor y tu compras el que kieras punto,lo que no te guste no lo compres o no prestes ese servicio y si ai ,segun tu como deberiamos vender¿ ola soy juan quieres tomates? Escucha la publicidad ,la radio las noticias las peliculas aver quien realmente te esta vendiendo de manera inmoral. Kizas te sorprendes , yo soy comercial de calle y lrespeto mi trabajo y todos los demas ,si ati no se te a dado bien pues ala a otra cosa ,si hubieras ganado 6000e al mes fijo que ni hubieras escrito esto porque estarias todavia trabajando ai o dime que no....venga chao

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  4. Antes que nada, disculpen las respuestas tardías, porque hacía tiempo que no me metía en el blog. Gracias Ángel y Andrea, por vuestros comentarios, me alegro de que el artículo os haya servido de algo. Gracias por vuestras palabras. Juan, gracias a ti también por tu comentario, aunque sea claramente negativo. Mira, no se me dio mal el trabajo, de hecho se me dio bastante bien. Podría haber seguido, y créeme, me hubiera ido bien. Si hubiera ganado 6000 euros alguna vez, tampoco seguiría allí. Habría ahorrado y me hubiera pirado para rodar alguna historia, que es mi pasión. El trabajo era temporal, sí o sí.

    Conozco bien el Marketing (con K) y sus reglas. Pero una cosa es el Marketing, y otra la estafa. Cuando tú anuncias a bombo y platillo una cosa (o cuando utilizas técnicas de mercado para vender tu producto, ya sea un anuncio, la radio, un cartel, o una campaña viral en internet), eso es Marketing. Cuando quieres vender un seguro de caldera, utilizando como señuelo unos descuentos de luz y gas, eso es una ESTAFA. Y punto. Infórmate sobre leyes, llama a oficinas de consumidor, y verás que lo que digo es cierto.

    Sobre cómo deberías vender, pues qué quieres que te diga, chico, con respeto. Y respeto (y esto no te voy a permitir que me lo discutas, porque es así) es lo único que no utilizan los comerciales (al menos los energéticos, aunque tampoco me han hablado muy bien de los de otro tipo) para vender su producto. Yo no le quito el valor a nadie, sólo comento lo que viví en una empresa durante un período concreto de tiempo. Si no te gusta, lo siento por ti, pero fue así (sectarización, manipulación, y mil tonterías más). Y si te fijas, hay un comercial en concreto (que le he cambiado el nombre, para no perjudicarle), del que hablo con bastante respeto.

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